La
pequeñez de un líder
Había una vez un pequeño Estado en
donde imperaba con “manos de hierro” un líder, o Jefe? Lo llamaban en un lenguaje decimonónico
o en codificación: “Topo”. Era el gran jefe, o líder, en términos más comunes
para aquellos que lo alababan o adulaban hipócritamente. Pero sin percatarse o darse cuenta de muchas cosas fundamentales, debido a que el poder lo
enceguecía o ¿tal vez ya no veía lo suficiente? Encerrado en sus convicciones y
creencias, sin escuchar ni meditar seriamente a los que con verdadera
sinceridad les anunciaba escenarios adversos: en caso de que; o mira que si se
hace esto, puede; no es conveniente porque; tal vez sería mejor esto; etc.,
etc. Estos fueron expulsados de su proximidad, para acallarlos o para no escucharlos. Ya que empezó a ver en
estos, en el mundo de sus fantasías, posibles contrincantes o competencias.
Pero toda su vida, no obstante, fue
así, es decir en relación a su actitud, ya que antes de que llegara y se llenara
de poder, conforme le fuera otorgado; sin comprender los suficiente que éste,
una vez alcanzado, debe ser ejercido con mucha responsabilidad y/o con la sabiduría
y astucia de lo que, alguna vez, lo escribiera un estudioso y observador de los
príncipes y reyes, de cómo se debía mantener en el poder, fue en un pequeño opúsculo al que
denominó “El Príncipe”. Este personaje parece que estaba empeñado en crear un nuevo estilo o
forma de gobernar (o dirigir). No olvidar que estamos hablando del “Topo”.
Entonces, se alejó de aquellos quienes lo sostenían, no en el sentido
de que los hayan elevado hasta ese honorable lugar sino mediante sus permanentes acciones, trabajos, procedimientos, gestiones, y demás tareas cotidianas que lo legitimaban
en ese poder, en forma permanente, ante quienes debía responder. Especialmente
ante Él, que es el más grande y quien
decidía sobre su permanencia o continuidad.
Ante cualquier reunión de los que les
respondían en segunda línea, incluso a veces los de la primera línea, el
sospechaba que en tales reuniones se conspiraban con su poder o posición. Ni
pensar que lo hicieran otros Estados o feudos, respecto de su propia “organización
feudal”. Hablaba siempre, o pretendía fundar, una teoría de la “casa propia”,
lo que a la luz de cualquier análisis del Estado, sería nada más que una
postura o engendro ideológico contrario a toda organización que sabemos debe
funcionar articulada y coordinadamente.
Así fundó un estado feudal de tipo
autoritario, al margen de la democracia del Más Grande. A esto también se lo puede
denominar el Unicato (gobierno de uno), hasta donde, obviamente le permitía Él,
que era el más Grande. O también pudiera ser Ella, dado que este personaje
femenino, que no es la Josefina de Napoleón, estaba inescindiblemente unido a
sus manejos, o "des-manejos"?. Tal vez esto no importaría para Topo, sin embargo
dado su “visión disminuida”, las consecuencias de un error grave o cualquier
caída, solo arrastraría a este y su séquito complaciente (sin voz ni voto –léase:
sin decisión). No olvidar que cualquier poder real que sea manejado desde las
sombras o detrás de bambalinas, nunca sufrirá las consecuencias de ningún error
y jamás será arrastrado en la caída. Siempre saldrá indemne.
La tolerancia al Unicato del Topo fue
aceptado sin inconvenientes por todos, los de arriba y los de abajo, y los
demás abajo también, sin que por ello no hayan existido algunas pequeñas
contrariedades a su gestión. Hasta que al finalizar una etapa, conocidas por
todos como la gestión de gobierno de Él, o sea el más Grande. Algunos comenzaron a
expresar por los pasillos y oficinas, a veces en la calle: qué hacen? por qué
no se van? que están esperando? Es que no asistieron a las clases de ética? O
tal vez si, pero se durmieron en ella? Pretenden atornillarse a sus “sillones”? No
van a dejar espacios para los que legítimamente les corresponden tal herencia? El
Topo no tiene la valentía suficiente para decirle a Él? Que, conforme el
devenir histórico tradicional del “pequeño Estado” que gestionaba, corresponde
dejar el lugar a los que están detrás esperando y que debía partir hacia los
espacios más alto de la consideración humana, es decir salir por la puerta
grande.
Pero sin importarles ni plantearse
estas cuestiones, siguieron y siguió su camino el Unicato del Topo, hasta que
se enteró de un hecho, que se iba a producir entre sus mortales “her
camaradas”, sin ningún propósito relacionado con cualquier conspiración o
pretensión de socavar su poderío o señorío. Pero como dijimos antes, Topo veía,
o creía ver en toda reunión de sus súbditos que estarían conspirando contra su
poder. Por ello, tomó la decisión, una vez conocido en donde se haría tal
reunión, presentarse en persona con el salvoconducto (invitación) de uno de los
que también participó del evento. Así las cosas, una vez en el lugar y
acompañado de su máximo lugarteniente (léase acólito) estuvieron allí a la hora
indicada. Saludó a todos y cada uno de los presentes, luego habló apartado con
dos de ellos, con uno especialmente (el invitador). Participó de la mesa con
todos, hizo un brindis, luego cuando se terminó el convite, se levantó y habló
en forma simbólica y encriptada (con dificultad) haciendo referencia a la
herencia, y a la “última cena”, para luego retirarse. Por supuesto se quedaron
el resto para continuar con su animada reunión, hablando de diversos temas, sin
que en ningún momento trataran de la gestión del Topo. Pero poco tiempo duró esa
alegría de haber participado de una amena cena de camaradería. El Topo, había
quedado muy molesto por aquel hecho, que no fue organizado ni armado por él, y
además sabía con certeza quienes estaban en esa reunión. Así las cosas, empezó
a pergeñar de qué manera desprenderse de estos que lo “habían desafiado”, según
su visión menguada y mezquina.
Habló con su “oráculo”, o era
“Josefina”? y sus colaboradores inmediato con quienes armó desde las
“legitimidades” a su alcance el destierro de los “traidores”, "desestabilizadores", según su retorcida
interpretación y visión. Una vez que habían armado el paquete de cambios,
fueron a presentarse ante Él, el más Grande. Es decir, a quien toma las grandes
decisiones en forma inapelable. Es así como se desprendió de todos aquellos que
no simpatizaban con su forma de gestionar, según su visión, que no era la real.
El Topo, estuvo contento, por poco
tiempo, ya que no sabía que en esa jugada él también iba a ser arrastrado o
fagocitado, por su “propia revolución”. El Topo lo construyó o inventó para su
beneficio, sin pensar o ver que Él, quien está mucho más arriba, todo lo ve,
todo lo escucha. Éste decidió que era hora de que el Topo, también debía partir.
Así sin prever su partida, Topo y sus acólitos fueron obligados a tomar el mismo colectivo que los llevó
al destierro, pocos días después de cumplir con su pequeñez, creyendo ser
grande. Así terminó su historia, sin el final feliz que soñaba.
Pero es que no existe un final feliz para estos casos, se entra y se sale por la puerta grande y nada más; es todo lo que se puede pretender y, labor cumplida. No hay otra cosa, no se puede buscar más nada.
Hoy como todos, los desterrados, debe
estar pensando, en qué falló, si todo lo había hecho en aras de ganarse la simpatía y
el reconocimiento del Mas Grande, que sin embargo lo dejó a un costado. Y entonces
seguramente le vendrá a la memoria, lo que anunciaban ya los sabios griegos respecto
del acto pecaminoso o exceso (hybris) que
lleva al hombre a cometer actos no permitidos por el destino, impulsado por la soberbia, en la creencia
que puede hacerlo sin recibir el castigo de la justicia (el destino), que no es más que
la voluntad inquebrantable de los dioses. Pero es que no existe un final feliz para estos casos, se entra y se sale por la puerta grande y nada más; es todo lo que se puede pretender y, labor cumplida. No hay otra cosa, no se puede buscar más nada.